jueves, 6 de diciembre de 2012

"El Taller blanco" cuento, por Lourdes Gutiérrez


El trabajo de mi abuelo es muy especial: “pulidor de palabras”, como él dice. Al final del jardín de su casa hay un cuarto, “el Taller Blanco”. Del lado izquierdo de la habitación se encuentran cientos de libros sobre repisas de madera. En medio hay una mesa con hojas de papel, plumas, una pequeña canasta con piedras, un frasco con caramelos y dos sillas. Del lado derecho dentro de nichos en la pared, se encuentra la colección más hermosa de frascos de cristal. Todos diferentes. En su interior, hay piedras talladas a mano.
 Siempre que visito a mi abuelo nos encerramos en su taller; ahí sentados alrededor de la mesa, toma de la canasta un par de piedras para mi y otro para él.  Y comenzamos a trabajar: las miramos… las tocamos… las olemos… las frotamos, hasta alisarlas…
Mi parte favorita es cuando mi abuelo deja de pulir las piedras y se le transforma su cara; entonces toma una hoja y una pluma y me ofrece un caramelo del frasco de cristal. Mientras que yo lo saboreo, mi abuelo escribe. Por un rato sólo se escucha el raspar de la pluma y el tronar del caramelo dentro de mi boca.
Después mi abuelo sonríe, mira a través de sus lentes y me dice:
-¿Listo?
Y comienza a leer lo que escribió. Yo no comprendo, pero siento como si a mi corazón le dieran un caramelo. Me gusta cómo suenan sus palabras. Él las llama “poesía”.
Algunas veces tiene que volver a pulir piedras para seguir escribiendo. Podríamos pasar todo el día en el taller, pero la voz de mi abuela siempre nos interrumpe: “¡la cena está lista!”. Al entrar a la cocina cubiertos de polvo, todos saben una vez más que hemos estado trabajando en el Taller Blanco.

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