domingo, 9 de diciembre de 2012

Cuento Mafer Morán


El poeta

El diagnóstico no es favorable, alcanzo a escuchar que no hay marcha atrás.
Pienso en todos mis familiares, amigos vestidos de negro, pienso en el tema de conversación en el que estoy a punto de convertirme cada noviembre, pienso en todas las historias en las que yo soy el héroe, para mis hijos, para mis nietos.
Seré la energía que cambia todo de lugar cuando no hay nadie, la que rompe los platos de cerámica cada que la gente le tema a lo fugaz de la vida.
Me estoy volviendo ese vientecito frío con un toque de mi loción favorita, el testimonio de otro mundo. Tengo tanto qué decir todavía, que a un poeta se le quiten todas las herramientas para escribir me hace sentir que todos estos aparatos saliendo de mi cuerpo son poco. Lo que me duele más es dejar  a mi esposa, nunca nos habíamos separado tanto tiempo, se que ella no me abandonará tampoco. Y me amará más cuando descubra todos los poemas que dejé para ella.
Odio esta cama donde ella no está.


La cama de hospital

La suerte está hasta en las cosas, aunque las personas digan que lo importante son las almas y el calor, los objetos tienen más poder.
Te colocan arriba o abajo, eres mejor o peor con sólo un objeto de más o de menos, en base a los objetos se procede a distinguir la realidad.
Pon a alguien en medio de todas sus pertenencias, y ellas hablarán por sí solas.
El hogar lo hacen las personas, pero se separa la sala del comedor a partir de los muebles que hay en él.
Me toca ser la cama de hospital que te recuerda la comodidad de la casa, lo bien que se sienten las sábanas que lava tu mujer. Me toca ser el objeto que te pone en una situación detestable.
Cuando ya no respires, tu cama será el lodo.


La esposa

Pensar en el lodo que se hace en el cementerio cuando llueve me da escalofríos, no quiero ir ni al funeral, quiero quedarme con su recuerdo viviente, con el amor que se que me tiene, no hace falta que lo vea en el ataúd para convencerme de lo que está pasando.
Esta cama era de nosotros, era el escenario de nuestros sueños, el restirador donde dibujábamos los planes a futuro, la oficina donde yo inspiraba sus poemas.
Pero ahora, odio esta cama dónde él ya nunca va a estar.


El titular del periódico

Se llevó a cabo la ceremonia de entierro del poeta, sorpendió que no estuviera su esposa presente a pesar del gran amor que se profesaban. Se cree que la esposa sufrió alguna alteración mental con lo de la pérdida de su esposo, ya que se supo que desechó la cama donde ellos dormían, en el cual unos pepenadores encontraron centenas de poemas inéditos dentro del colchón.

jueves, 6 de diciembre de 2012

"El Taller blanco" cuento, por Lourdes Gutiérrez


El trabajo de mi abuelo es muy especial: “pulidor de palabras”, como él dice. Al final del jardín de su casa hay un cuarto, “el Taller Blanco”. Del lado izquierdo de la habitación se encuentran cientos de libros sobre repisas de madera. En medio hay una mesa con hojas de papel, plumas, una pequeña canasta con piedras, un frasco con caramelos y dos sillas. Del lado derecho dentro de nichos en la pared, se encuentra la colección más hermosa de frascos de cristal. Todos diferentes. En su interior, hay piedras talladas a mano.
 Siempre que visito a mi abuelo nos encerramos en su taller; ahí sentados alrededor de la mesa, toma de la canasta un par de piedras para mi y otro para él.  Y comenzamos a trabajar: las miramos… las tocamos… las olemos… las frotamos, hasta alisarlas…
Mi parte favorita es cuando mi abuelo deja de pulir las piedras y se le transforma su cara; entonces toma una hoja y una pluma y me ofrece un caramelo del frasco de cristal. Mientras que yo lo saboreo, mi abuelo escribe. Por un rato sólo se escucha el raspar de la pluma y el tronar del caramelo dentro de mi boca.
Después mi abuelo sonríe, mira a través de sus lentes y me dice:
-¿Listo?
Y comienza a leer lo que escribió. Yo no comprendo, pero siento como si a mi corazón le dieran un caramelo. Me gusta cómo suenan sus palabras. Él las llama “poesía”.
Algunas veces tiene que volver a pulir piedras para seguir escribiendo. Podríamos pasar todo el día en el taller, pero la voz de mi abuela siempre nos interrumpe: “¡la cena está lista!”. Al entrar a la cocina cubiertos de polvo, todos saben una vez más que hemos estado trabajando en el Taller Blanco.

"La Fortuna de Bertha", poema infantil por Lourdes Gutierrez



En la granja vive Bertha la gallina
que sueña con tener inmensa fortuna
comprar un gran cohete de gasolina
y poder llegar lejos hasta la luna

“¿Cuántos billetes y monedas juntaré?
ya me voy al banco de prisa ¡hasta pronto!
en esta cartera dinero guardaré
regresaré más tarde con un gran monto”

En el banco frente a la doble puerta
a la gallina nadie la recibía
“ábranme de prisa que soy doña Bertha
¿para qué está usted señor policía?”

Al entrar clientes y cajeros miraron
si la gallina trajo su cochinito
“para sacar los centavitos, dijeron
y depositarlos hoy muy tempranito”

“¿Es la gallina de los huevos de oro?
denle pronto por favor una chequera”
en la fila todos se rieron a coro
“rápido que firme, sáquenla para afuera”
  
La gallina se salió tan enojada
que con cajero automático chocó
picoteó los botones muy frustrada
la máquina en un instante se bloqueó

Cansada de buscar aquella fortuna
durmió bajo la luz de la luna llena
despertó escasa de riqueza alguna
bajo sus plumas los huevos de la cena

Una mujer que a su lado caminaba
miró  a la gallina empollar cascarón
tomó uno de los tres que encubaba
pagó suficiente por tan gran perfección

Cuando el reloj señaló en punto la una
tomó la cartera con una gran cuenta
Bertha tiene una considerable fortuna
al gallinero regresó muy contenta

Las gallinas le dieron la bienvenida
“también queremos una fortuna
eres del gallinero la consentida
avísanos si el banco cierra a la una”
  
“¡Oigan todos!” la gallina cacareó
“el banco nunca regalará dinero”
al tiempo que sus billetes acarició
“se obtiene trabajando con esmero”